Los éxitos se miden aun sin levantar copas
No está precisado de modo fehaciente dónde, cómo, cuándo y por qué la mayoría de las parcialidades de los clubes de fútbol a escala mundial instalaron la falsa teoría de que lo único que vale en un torneo es salir campeón. Y que cualquier otro resultado puede ser tomado como una suerte de frustración.
Competir por el máximo trofeo es el lógico desafío que se postula cualquier deportista en las más variadas disciplinas, en modo grupal o individual. Pero no se debe caer en el rigor del fracaso si no se alcanza esa meta que sólo uno podrá coronar.
Valga lo precedente para poner en un marco de relieve los méritos deportivos en materia futbolística alcanzados durante este año por el Club Atlético Talleres, aun cuando no se lograron títulos.
La mayor desazón, sin dudas, fue la derrota ante Boca Juniors por la Copa Argentina. El partido, que se disputó en Santiago del Estero, se definió en la ruleta de los penales. Pero, pese a la caída, la hinchada despidió con aplausos a los jugadores y al cuerpo técnico, en reconocimiento a los méritos alcanzados para llegar a esa instancia final.
Son gestos de madurez que a menudo no se observan en otra competencia de alto valor simbólico; entre ellas las que tiene como protagonista a la selección nacional de fútbol.
Clasificar a un campeonato mundial es motivo de euforia, pero si ya en el certamen ecuménico nos mandan a casa antes de lo esperado será un fiasco estrepitoso, que detonará críticas para todos lados.
Es cierto que las conducciones de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) son resistidas por muchos clubes afiliados y hasta puestas bajo sospecha por negociados de dudosa transparencia.
Sin embargo, las competencias deben estar por encima de esos entreveros. Desde lo más alto de la pirámide del fútbol profesionalizado hasta los eventos a nivel de las divisiones inferiores.
Sin dejar de ponderar el auge que va teniendo el futbol femenino en las diferentes ligas del país.
Vale una distinción anclada en aquellos gestos de fidelidad por la divisa: como se dice en la jerga futbolera, sobre el epílogo del torneo de ascenso Instituto Atlético Central Córdoba “no jugaba por nada”, pero sus seguidores igualmente colmaron la capacidad del estadio de Alta Córdoba. Algo similar ocurrió en relación con el Club Belgrano, en barrio Alberdi de la capital provincial.
Un párrafo aparte para los padres de los pibes de las inferiores. El fanatismo exacerbado ha llegado a escribir capítulos de violencia entre mayores que asumen el juego infantil como una cuestión ajena al aprendizaje y al esparcimiento de los más chicos.
Es verdad que no se puede minimizar el temor al descenso de categoría. Aun así, alguien pontificó que “el descenso no es una tragedia”, sino un desafío en bien de recuperar los laureles perdidos.
Son vivencias del llamado más popular de los deportes. Tanto la dirigencia como la masa societaria de los clubes tienen el deber de bregar por la grandeza de sus instituciones, sin caer en derrotismos por una copa que no se pudo levantar.
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