Eliminación de la violencia: una deuda pendiente
Me siento interpelada a reflexionar sobre el tremendo y oscuro fenómeno de la violencia contra la mujer, que avanza sin tregua, burlando a un Estado que llega tarde y dejándonos perplejos con cada muerte, sin poder comprender su impacto en la sociedad y las consecuencias que ello implica.
Marcela Lagarde explicó la diferencia entre femicidio y feminicidio, especificando que este último se produce cuando existe una impunidad estructural, es decir cuando las muertes por razones de género se siguen sucediendo y el Estado mira cómplice para otro lado.
Me animo a decir que en nuestro país vivimos hace tiempo bajo la presencia constante de feminicidios. La violencia existe, es estructural y se multiplica en nuestras ciudades, reforzándose en los estereotipos machistas, mientras el Estado sigue ocupado, ofreciendo aparentes soluciones provisorias que no remedian lo verdaderamente necesario.
Campañas necesarias
Urgen campañas de prevención, políticas públicas serias y responsables de concientización en el tema, de acompañamiento sostenido a la víctima. Urge mayor capacitación a las fuerzas policiales, para que dejen de revictimizar a las víctimas y tomen sus denuncias con la responsabilidad que corresponde. Urge incluir la temática en la currícula de las escuelas y de universidades, para que los niños incorporen culturalmente el respeto, el diálogo y la no violencia.
En este marco, con un panorama desolador en cuanto a registro estadístico de muertes por violencia de género y con un silencio ensordecedor desde el Gobierno, que no lo da a conocer porque los pone en evidencia, nuestra sociedad sigue contando vidas que se esfuman, que se nos escapan.
La violencia por razón de género es un tema que ha irrumpido y nos ha sorprendido, que se impone tristemente, nos atraviesa como sociedad sin distinguir colores políticos ni estamentos, nos lastima a todos, deja heridas que duelen y no cicatrizan.
No bastan los numerosos programas e iniciativas de empoderamiento de mujeres ni el vasto marco normativo internacional con las distintas convenciones, protocolos y principios declarativos. Parece que nada alcanza; parece que como sociedad estamos anestesiados, resignados a este terrorífico e incesante goteo.
La violación de perimetrales, las miles de denuncias presentadas en las comisarías por víctimas de violencia deben ser un timbre que nos alerte para comenzar a trabajar, a cuidar, a mirar a esa mujer que está desesperada y pide a gritos protección del Estado.
Vivimos en un país que corre detrás de las urgencias, parchando los problemas de forma permanente: que la inflación, que el vacunatorio VIP, que los privilegios y las causas de corrupción. Y los temas que necesitan debate profundo duermen.
Un país que no posee un orden de prioridades seguirá corriendo detrás de lo que explota, impregnado de decadencia.
La gravedad del fenómeno
El primer escalón simbólico en este camino de lucha contra la violencia sería que el Congreso de la Nación apruebe la Convención de Belem do Pará y que esta quede incorporada a nuestro bloque de convencionalidad. Es un deber moral que nos jerarquizaría como sociedad.
Con muchas convenciones que han aportado de modo significativo a la materia; con sentencias ejemplares que también han contribuido mucho; con fueros especializados; con el esfuerzo de numerosas instituciones intermedias que aportan trabajos de investigación; sumando capacitaciones… aun con todo ello, no hemos podido mostrar estadísticas que reflejen una mejoría.
Ojalá podamos, argentinos y argentinas, dimensionar la gravedad de este fenómeno. Eliminar la violencia por razón de género, que hoy sigue siendo una deuda pendiente.
* Secretaria legislativa del Colegio de Abogados de Córdoba
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