Todos los caminos conducen a tu vieja
género
Cada año, el tercer domingo del mes de octubre da lugar a una celebración que unifica sociedades enteras: el día de la maternidad. Si bien las flores y los bombones son regalos hermosos para esta fecha, el espacio de reflexión es necesario.
¿Por qué? Durante siglos el silencio respecto a ser madre protagonizó la escena, la idea de que es lo más hermoso que le puede suceder a una persona gestante se retroalimenta en una cultura que no le da respiro ni lugar a una charla sincera al respecto.
No todas las realidades son las mismas, tampoco las facilidades ni los deseos. No todos los vínculos se parecen y no siempre las paternidades están presentes. De hecho en nuestro país, de cada diez parejas que se separan, sólo tres varones aportan alimentos. O sea, el 68% de los varones no se hacen cargo económicamente de sus hijes.
El título de madre tiene una larga lista de «deber ser» e instrucciones muy poco precisas cuando todo eso que se espera de una persona gestante no sale como esperábamos. Los dolores, las angustias, el miedo y las responsabilidades tienen que tener un espacio, también la culpa, concepto enorme que rige en la vida de muchas madres.
El fantasma de la buena y la mala madre rondan y ponerlo en palabras puede servir para ahuyentarlo y también, por qué no, para tener más herramientas a la hora de desarrollar uno de los roles más fundamentales, exigidos y complejos de nuestra sociedad.
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