Mamushkas de crisis que se ríen de las elecciones
Un restaurante de Puerto Madero puso un aviso en un portal de clasificados para cubrir puestos de jefe de cocina y encargado del local. Antes de la pandemia solía tener 5000 vistas en promedio por publicación.
Ahora no pasa las 300. Un colega suyo que tiene un bar en Palermo tampoco consigue camareros. Antes le llovían 500 currículums por vacante. Hoy no pasa de 15.
La actividad gastronómica se está reactivando a toda velocidad a medida que las ganas de una birra le ganan al miedo a un virus en declive pero se enfrenta a un desafío inesperado: no encuentra gente para trabajar. Indagar por qué es un pasaje al universo más complejo de nuestros quilombos estructurales y descubrir cómo -si no los resolvemos- se solapan con los desafíos del futuro que ya llegó.
Lo primero que hay que decir es que los salarios que se ofrecen quedaron muy atrás. Aun con una desocupación entre las mujeres de hasta 29 años del 22% y de más del 16% entre de los varones de esa misma franja etaria, se trata de condiciones laborales muy particulares.
Para turnos de 9 a 10 horas, la propuesta es que un camarero pueda cobrar en blanco desde $37.000. Si ya es menos de la mitad de una canasta básica medida para no ser pobre, todo se entiende más cuando predomina el trabajo informal, donde se llega a pagar $ 25.000 por esa misma jornada.
Es la versión argenta del «pay them more» que susurró en una conferencia de prensa el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ante la polémica en ese país porque los empresarios decían que no hallaban empleados tras los mega planes de asistencia social.
El tema es que acá hay un límite muy nuestro: las empresas del sector que pudieron sortear el coronavirus tras una tremenda masacre de locales dicen no tener margen para pagar más. Aducen ahogo por impuestos o alquileres.
Pero hay más. «El trabajo en la mayoría de los casos es nocturno, y -por ejemplo- quienes siempre vinieron del Gran Buenos Aires ahora ponen en la balanza las dificultades del transporte», explican en un boliche palermitano.
¿El transporte? Algunas compañías de colectivos venían achicando la oferta de servicios de noche para sostener el 100% de los viajes de día. ¿Por qué? Aseguran que no les cierra la ecuación, reclaman aumentos en el boleto o más subsidios. Bingo.
«Con pocos bondis ni loca salgo, el riesgo de robo no se justifica por esa guita», responde una moza que acaba de renunciar. Recontra bingo. Le pidieron por favor si encontraba algún reemplazante, tarea que intentó hasta que dejó: nadie quería ni ir a hablar con esas condiciones.
¿Los planes sociales «compiten»? Poco, dicen en el rubro. «Llegan pibes que trabajan dos días y dejan porque les parece mucho laburo y nunca habían tenido que cumplir horario», explica en tanto un dueño que tiene búsquedas abiertas y se frota los ojos frente a lo que llama «un cambio cultural» entre los posibles aspirantes.
A su vez, subraya que ante la falta de personal está bajando la vara de los requisitos que pone para empezar atendiendo mesas, en un contexto de una formación que a veces deja mucho que desear por lo floja, pero que otras veces sorprende casi que por lo contrario. Aún no sale de su asombro luego de que un joven le dijera que prefería seguir ganando dinero en su casa jugando juegos on line.
Vía muerta, calle con asfalto
Como sea, nunca tires de la piola de las crónicas de la coyuntura en este país. Detrás de lo que parece un hecho noticioso aislado se esconde un viaje infinito hacia ninguna parte.
El dolor que produce la muerte de una joven que caminaba pegada a las vías atropellada por un tren de la línea Ferrosur Roca, en pleno barrio 21-24, da paso a una cadena de preguntas que te hunden en un mix de tristeza y subdesarrollo.
¿Cómo pasó? ¿Qué hacía ahí? Es la Argentina que transcurre a apenas 15 minutos del Obelisco, pero que -ojo- se repite en barriadas de todo el país. Hace décadas que se instaló gente que levantó viviendas precarias en terrenos ferroviarios y viven a menos de un metro del ramal logístico de la empresa Loma Negra. Sin rejas ni medidas de seguridad.
Si una muerte no hubiera puesto el foco ahí, ahora el boom de la construcción tendría un engranaje clave en esos 10 kilómetros de transporte de materiales que surcan la precariedad.
De hecho, hasta hace un mes, cuando pasaba el tren los habitantes tiraban las bolsas de basura sobre los vagones para usarlo de recolector de residuos. Cuando la formación llegaba a destino, se había desparramado una parva de mugre por los vagones.
«El tren no pasa más», reclamaron los vecinos tras la muerte de Sofía, como se llamaba esa adolescente que murió arrollada tras salvar a su hermanito de que lo embistiera la locomotora, un día en el que no habían ido al colegio.
En protesta, quemaron el puente sobre el Riachuelo para asegurarse de que efectivamente no pase más. La empresa puso un cartel y lo clausuró. Desde entonces, las piedras para la sede de la empresa Lomax ahí en Barracas llegan en camión.
Nadie sabe cómo seguirá una película que parece una «Tire dié» porteña. Alguien dice que hay que esperar que recompongan el puente y todo volverá al drama previo, como si nada.
Gremios ferroviarios amenazan con parar todos los trenes del país si no vuelve a funcionar ese servicio porque se ponen en riesgo las fuentes laborales. Ferrosur Roca, de capitales brasileños, tampoco se muere por continuar.
El Estado, a todo esto, había decidido la estatización de los ramales de carga para cuando venciera la concesión.
Anotalo para el próximo seminario sobre el desafío logístico y el crecimiento sostenido. Metelo en alguna mesa del Coloquio de Idea cuando hablen de inversiones en infraestructura para mejorar la competitividad. Llevalo a las reuniones de gabinete del CEO tucumano Juan Manzur.
Dato: cuando dejaba las piedras acá, el tren regresaba hacia el sur del país, en algunos casos con mercaderías para los supermercados de La Anónima, que ahora también deberán ser llevados por camiones. Si crece el costo logístico, ¿llegará el impacto a las góndolas de la Patagonia?
El final es en donde partí
Son micro ejemplos de lo que el economista José Echagüe definió como las «mamushkas de crisis» que enfrenta la Argentina, un estado de cosas que lo llevó a afirmar en su reporte de una firma financiera como Consultatio el viernes previo a las primarias que -con ese panorama- «las elecciones no ponen nada relevante en juego». En su mirada, estamos así:
Hay una crisis que sobrevino con la pandemia que es la más visible, pero no la más importante.
Esa crisis se incrustó en otra más grande anterior, que había arrancado en 2018 cuando se cortó el financiamiento para el gobierno de Cambiemos.
Ese cataclismo se montó, dice, sobre «un estancamiento secular mayor», que había arrancado en 2011, cuando se empezaron a «quemar stocks», como las reservas del Banco Central, para sostener una expansión «que había dejado de ser genuina en 2008».
Pero ese problema, atenti, lo mete en la mayor de todas las mamushkas y se va mucho más atrás en el tiempo para explicarlo: desde mediados de la década del 70, la Argentina -mientras atravesaba sus años políticos más terribles- «se quedó sin respuestas sobre qué lugar ocupar en la última fase de la globalización que daba comienzo entonces».
Es una explicación posible. Tal vez haya quienes tengan matices, o diferencias de enfoques.
Pero si ése es el análisis que hacen en un paper tipos que están mirando qué acciones o qué bonos comprar o vender para resguardar el capital de sus clientes quiere decir que la cosa sí que no tiene salidas rápidas tras años de girar en redondo. Para nadie.
La campaña de cara a las elecciones del 14 de noviembre, en ese marco, es una invitación al chamuyo en tiempo de descuento.
El punto en el que se encuentran en offside los que la ven fácil de arreglar poniendo «más plata en la calle porque ése fue el mensaje de las urnas» o los que exageran dejando la piel contra «el populismo K que hay que barrer porque si no nadie va a invertir».
El 15 de noviembre se mata de risa.
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