Techo de cristal, suelo pegajoso
Movilizadas por el desafío de transformar la injusticia y la inequidad de género, las mujeres tratamos lo que se considera el “rompedero de cabeza” de los economistas: las tareas de cuidado y el favor que le hacen al capitalismo que no sean remuneradas.
La falta de políticas en torno de su mayor redistribución y el fomento de la incorporación, la participación y el crecimiento de la mujer en el sector formal de trabajo inciden en los siguientes aspectos:
- Inserción laboral (se elige a un hombre en lugar de una mujer).
- La brecha salarial se acrecienta.
- Trayectoria laboral (pierden vínculos, capacitación, perfeccionamiento).
- La pandemia no es igual para todos; ha llevado nuevamente a la mujer al hogar y a las tareas de cuidado.
Si hacemos un breve análisis del panorama prepandemia, podemos afirmar que las mujeres hemos logrado incorporarnos al mercado laboral a golpes y empujones, afrontando desigualdades por edad, nivel educacional, raza, condición económica y brechas salariales.
Por contrapartida, los varones no lograron involucrarse con igual proporción en las tareas del trabajo no remunerativo y de cuidado.
El ser humano, dado su grado de dependencia, necesita cuidado físico y emocional para poder desarrollarse.
Las relaciones desiguales de género naturalizaron las labores domésticas como responsabilidad exclusiva de la mujer. Y a esto le sumamos hoy la responsabilidad que asumió en garantizar el bienestar y la salud de los integrantes del hogar (hijos, adultos mayores, grupos de riesgo, etcétera) ante el Covid-19, sobrecargando sus labores.
Nos toca, entonces, empujar para que el Estado adopte medidas concretas, de manera que los varones asuman su cuota de responsabilidad e involucramiento con las tareas de cuidado, evitando así que las mujeres pierdan espacio en su inserción laboral.
Recordemos que el verdadero vector de desigualdad entre hombres y mujeres son las tareas de cuidado, que se traducen en dos frases contundentes: techo de cristal y piso pegajoso.
Tanto el llamado techo de cristal como el piso pegajoso y la brecha salarial son realidades que corresponde superar para que las mujeres tengan la oportunidad de aportar a la sociedad todas sus potencialidades laborales, sean manuales o intelectuales.
Las causas del techo de cristal están relacionadas con la idea subyacente de que las mujeres se comprometen menos debido a las cargas familiares que soportan. La posibilidad del embarazo o la ser madres de niños pequeños puede conducir a que no consigan ascender en sus trabajos. Además, las decisiones sobre ascensos las suelen tomar los hombres con potenciales prejuicios respecto de las capacidades femeninas para ejercer roles de conducción.
El hecho de que la mujer les dedique más horas al cuidado de la familia y al hogar que los hombres (seis contra dos, según datos de organismos internacionales) significa, por contrapartida, menos tiempo para realizarse y crecer en lo laboral.
Por suelo pegajoso entendemos que el trabajo maternal y doméstico impone una suerte de pegamento del que les cuesta desprenderse para iniciar una carrera laboral, capacitarse, formarse profesionalmente, etcétera.
Las responsabilidades y las cargas afectivas y emocionales que, en el plano doméstico, recaen sobre las mujeres terminan atrapándolas y dificultando o impidiendo su realización personal.
La división sexual del trabajo no sólo reparte puestos entre las personas en función de su sexo, sino que los valora de forma desigual, minimizando los asociados a las mujeres.
Aquí hacemos un apartado para la docencia, representada en el 80 por ciento por mujeres, quienes viven con el techo de cristal, el piso pegajoso y la brecha salarial.
“De ese porcentual, el 60 por ciento pertenece a mujeres con hijos y solteras, o sea sostén de hogar (según relevamiento de Sadop de 2018); por ende, nuestros docentes están en la pobreza y constituyen uno de los sectores que mayor responsabilidad tienen ante la sociedad”.
En otro orden, hay que advertir que las mujeres tienen que superar obstáculos más duros, difíciles y numerosos para llegar al mismo lugar que los hombres.
El 23 por ciento de las mujeres cordobesas, ante el aislamiento por el Covid-19, abandonó su trabajo fuera del hogar para dedicarse a las tareas de cuidado; lo contrario ocurrió con los varones, quienes incrementaron las horas de trabajo formal o fuera del hogar.
Las tareas de cuidado representan más del 16 por ciento del producto interno bruto (PIB) de nuestro país, por lo que, evidentemente, no sólo son un problema social, sino también económico.
Ejemplo: si las mujeres (el 92 por ciento realiza tareas de cuidado) deciden hacer un paro, se derrumba el trabajo productivo.
Toda desigualdad crea privilegios y niega derechos, y es sostenida mediante procesos hegemónicos que la invisibilizan.
Lamentablemente, las tareas del cuidado, imprescindibles para la reproducción social y sin las cuales el sistema de producción capitalista no podría funcionar, no son consideradas como trabajo ni por las estadísticas del mercado laboral ni por quienes las realizan.
* Secretaria general adjunta de Sadop, seccional Córdoba
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