Derrota y colapso
En El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde relata la historia de un joven que aspiraba a lograr la juventud eterna. El paso de los años era absorbido por su retrato, que cambiaba día tras día, envejeciendo sin parar. Cuando el retrato es destruido, los años regresan a Dorian Gray, que cae fulminado y se transforma en un puñado de cenizas en forma instantánea.
Hasta las 21 del domingo pasado, el Gobierno nacional gozaba de la apariencia de plena lozanía. Sus candidatos bailaban en los escenarios de los búnkeres y la prensa oficialista aseguraba que el partido del gobierno había triunfado no sólo en la provincia de Buenos Aires, sino en todo el país, “por amplia diferencia”.
De pronto, ese retrato recibió una puñalada: comenzaron a conocerse las cifras oficiales y a hacerse públicos los resultados reales. Entonces, la imagen de solidez se desplomó en un instante.
La derrota fue catastrófica y cambió todo el escenario político nacional. Se derrumbaron también algunos mitos. Uno, que el peronismo unido es invencible; otro, que Cristina asegura la victoria en la provincia de Buenos Aires.
Razones para una caída
Aunque se trata de comicios primarios, las cifras permiten atisbar los resultados de noviembre. Por eso cobran sentido los análisis y los comentarios, aun ante lo provisorio y etéreo del dictamen de las Paso.
Es difícil desmenuzar cuantitativamente las razones que llevaron a los votantes a desertar del Frente de Todos. La economía está seguramente en un primer plano.
Si hay dificultades para obtener empleo, si el salario no alcanza, si los pequeños comercios tienen graves problemas, se genera un malestar económico que difunde malhumor entre los votantes. Y entonces los votantes castigan al gobierno porque no les proveyó lo que prometió o lo que sus propias expectativas y esperanzas les hicieron creer.
Pero es difícil saber cuánto tuvo que ver en la decisión de no votar al oficialismo el manejo de la pandemia, con sus prolongadas cuarentenas, los colegios cerrados, la decisión política de aceptar y rechazar vacunas conforme a criterios ideológicos, las demoras en la vacunación completa, la cantidad de muertes, y las reiteradas e improcedentes comparaciones con otros países, que resultaron fallidas.
Tampoco sabremos cuánto incidió la baja calidad institucional que supone un gobierno comandado por la vicepresidenta y un primer mandatario obediente (“Hice todo lo que me pediste, Cristina”), que da la sensación de pusilanimidad y dependencia de las órdenes de su mentora.
Asimismo, no hay que descartar el impacto del efecto simbólico de las fotos de la fiesta en Olivos, mientras se exigía a la población cuidados y encierros estrictos, bajo amenaza penal.
Como fuere, se trata apenas de un recuento globular en un instante determinado, que muy probablemente se repetirá en noviembre. Pero aun así, los humores de los votantes son volátiles y transitorios. No puede decirse, por ejemplo, que los electores hayan comenzado a rechazar al populismo de un modo definitivo en razón de que comprendieron que su rumbo conduce hacia un país degradado. Sería un exceso de optimismo. Por ahora, sólo se trata de una foto del humor popular en un instante determinado.
Todo indica que la principal oposición está logrando consolidar un piso del 40 por ciento a nivel nacional, a la vez que la dimensión del poder real de Cristina no se corresponde con su autopercepción.
No soy yo, sos vos
La vicepresidenta está enfurecida con la derrota. No es para menos. Ella se atribuye el triunfo electoral de 2019 y la genialidad de haber inventado una fórmula creativa: poner una suerte de testaferro en la Casa Rosada mientras ella ejerce el poder desde las sombras, sin mayores responsabilidades.
Ella piensa que el peronismo perdió las elecciones porque Alberto no hizo lo que ella le ordenó, según explica en su carta. Al hacer públicas sus diferencias con el Presidente, desafía y reconviene a la máxima autoridad de la Nación, a la vez que le enrostra que él está en ese lugar porque ella lo puso ahí.
Le reclama al Presidente por el alto desempleo, el retraso salarial y el aumento de los precios. Y también le reprocha que haya intentado reducir el déficit fiscal y no haya gastado más de lo que gastó; es decir, que no haya llevado a cabo una política típicamente peronista.
Al reprenderlo de forma pública, intenta salvar su propia responsabilidad en la derrota y cargar todas las culpas sobre el Presidente, porque no la obedeció y porque hizo un ajuste para quedar bien con el Fondo Monetario Internacional, sacrificando el nivel de actividad económica, los salarios y el empleo.
En estas circunstancias, Alberto Fernández y el peronismo en su conjunto tienen la oportunidad de desprenderse de los Kirchner y de La Cámpora, e intentar reconstruir al peronismo sobre nuevas bases. Si el Presidente retrocede a la situación anterior de subordinación al kirchnerismo, los problemas sólo podrán recrudecer y la crisis institucional estará al alcance de la mano.
Por su parte, los votantes de Córdoba reiteraron su apoyo a la alianza opositora. En medio de la catástrofe nacional, pasó inadvertida la magra cosecha del peronismo local, con menos de la cuarta parte de los votos totales. La derrota de Mario Negri y la figura ascendente de Rodrigo de Loredo son datos que insinúan una probable reconfiguración del poder en la provincia.
* Analista político
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