Paranoia SA: qué hay detrás de los pifies presidenciales
El oficialismo llega a las PASO del próximo domingo con su boletín de calificaciones en rojo, situación que ha puesto nervioso a más de un dirigente de ese sector, ya que la imagen de los actuales gobernantes está por el suelo y no hay grandes seguridades de salir airosos.
En el seno del Instituto Patria ya se está pensando en cómo transformar una eventual derrota en un cambio hacia el futuro y cómo hacer para sacarse de encima el sayo de la responsabilidad de haberse empecinado en aplicar un sistema económico que hace agua por los cuatro costados, principal preocupación de la gente, mientras que la gestión de la pandemia y del proceso de vacunación ha sido, al menos, deficiente. Estos dos temas y la inseguridad ambiente pesarán, sin dudas, en el cuarto oscur
En ese control de daños están los diputados Máximo Kirchner y Sergio Massa, quienes se han preocupado en difundir que ellos se manejan con los pies sobre la tierra y han deslizado algún tipo de acercamiento con la oposición recién para después de noviembre, como si la sociedad pudiese esperar. En tanto, los más paranoicos del cenáculo que se ha formado en la calle Rodríguez Peña le han deslizado a la jefa del Movimiento el mote de «traidor» dirigido hacia Alberto Fernández y a esa campaña puertas adentro es a la que él ha respondido en su discurso del pasado martes.
Se ha sabido que, pese a que su cabeza es habitualmente terreno fértil para este tipo de razonamientos, hasta el momento Cristina Fernández es quien más se resiste a colgarle al Presidente el sambenito de la traición, mientras que los obsecuentes interpretan para ella todos sus discursos y le llenan de dudas los oídos: «Mirá lo que acaba de decir. Lo hace a propósito. Seguro que él quiere perder las elecciones para que no te agrandes tanto», la melonean. Por ahora, no parece conveniente salir a denunciar estos deslices del gerente de la coalición, ya que el verdadero test de bancas será en noviembre, aunque con la oscuridad de muchos ajedrecistas del poder nunca se sabe.
Por supuesto que quienes tiran gotas de veneno contra Fernández están mirando de modo permanente detrás de los cortinados y hacen un racconto de todas las intervenciones presidenciales desde el affaire conocido como «Olivosgate» para acá. No les falta razón en cuanto a que más extemporáneo no se consigue, ya que resulta más que difícil que un hábil declarante como es el Presidente, haya perdido los reflejos discursivos de la noche a la mañana y se encargue de depositar tierra sobre tierra, tal como si fuese un novato en materia de comunicación.
También le cuentan las costillas a todo lo que sucede alrededor de él, como las declaraciones de la ministra de Seguridad, Sabina Frederic, sobre lo aburrido que debe resultar vivir en Suiza y aunque no se escandalizaron tanto con el capítulo sexual de la candidata Victoria Tolosa Paz, hasta ese momento bajo el ala de la vicepresidenta, han comenzado a mirarla de reojo entre sospecha y sospecha. «Es la mujer de Pepe (Albistur)», el mismo que le prestaba el departamento en Puerto Madero al Presidente, le deben haber recordado a la vice.
Lo cierto es que Alberto se ha comprado todos los boletos para ser el chivo expiatorio de una eventual situación de desventaja y, tal como suele suceder en estos casos, será crucificado en el momento adecuado por sus declaraciones y también por sus actitudes.
Ni siquiera le salen bien al Presidente los movimientos que hace en consonancia con el Patria, como vaciar de hombres del Gobierno el acto de la Unión Industrial Argentina, ya que esa defección lo ha mostrado más en papel de mayor debilidad (y soledad), en momentos en que el país debe echar mano a todos los recursos, entre ellos el de la inversión.
Entre las cosas que señaló Fernández durante la semana que pasó está la cuestión de los dos modelos de país «en pugna», uno de ellos el de quienes «no creen en la justicia social», según ha dicho aludiendo a la oposición. A juzgar por sus manifestaciones, él se enrolado de lleno en la facción que no cree en el sector privado, la que desea vivir de un Estado bancado por impuestos que, si todo sigue así dentro de poco no va a generar nadie. Esta constante del kirchnerismo, que el Presidente ahora ha explicitado, lo pone de la vereda de quienes creen en el consumo derivado de la emisión de pesos puestos en los bolsillos de la gente, artificio que alimenta la misma inflación que empobrece a la sociedad, sumado al retraso del tipo de cambio y a las tarifas pisadas. «Precios políticos» se los llamaba otrora.
La presidencial de 2019 hizo explotar la economía de un viernes para un lunes cuando el dólar subió 23%, las tasas saltaron a la estratósfera, las acciones y los bonos se desplomaron en Wall Street, el riesgo-país casi se duplicó y los depósitos en dólares comenzaron a salir del sistema.
La reaparición de Cristina como estratega de la alianza «volvemos mejores» y los tropiezos políticos de Mauricio Macri a la hora de gestionar la crisis generaron una transición más que complicada, sólo mitigada por la disposición de todos los actores de no hacer más olas.
La buena noticia es que ahora, ese mismo peligro no existe porque se hace difícil seguir bajando desde el fondo del mar, lugar al que se ha llegado por la combinación fatal de la pandemia y la mala praxis de los gobernantes, incapaces de imaginar remedios creativos, atrapados como están por lo vetusto del actual modelo que a medida que se aparta del progreso mira con mayor pasión el mundo de las tiranías y las autocracias.
Cada PASO es diferente y ésta del próximo domingo estará bajo el influjo de las internas, más democráticas las de Juntos por el Cambio aunque virulentas y mucho más ruidosas la del Frente de Todos porque involucra al Presidente. El del próximo domingo es un turno legislativo en su fase de primarias y eso la hace diferente a la presidencial anterior, aunque no menos importante, ya que el oficialismo confía en que estas elecciones le iban a empezar a dar la hegemonía que necesita para cambiar los fundamentos de la República y resguardar la impunidad de sus principales dirigentes, mientras que la oposición apunta a que la gente le ponga freno a ese deseo.
Cristina se dice víctima de los «poderes concentrados» y de no ganar la mayoría en la Cámara Baja o perder la que tiene en el Senado significará para ella no poder gozar de la impunidad que reclama, más allá del libreto antiliberal que esgrime para apartarse de la actual Constitución. Su gerente no le rinde y por eso la palabra «traición» es moneda corriente en el Instituto Patria. Justamente es en medio de esta cinchada, algo casi natural con dos modelos tan diametralmente opuestos, en el que las manías de la política han metido la cola. Salga pato o gallareta, la cátedra dice que después de noviembre ella se va a radicalizar y que va a meter un elefante en el bazar gubernamental para cambiar a su gusto a los funcionarios que «no funcionan». No está del todo claro aún que podría pasar con la economía si el Frente de Todos pierde las primarias y si en ese caso habrá un revoleo indiscriminado de dinero que comprometa más aún el futuro, empezando por el acuerdo con el Fondo.
Todo este contexto -y no sólo sus declaraciones- ha puesto la imagen del Presidente por el suelo y tiene a la ciudadanía, cualquiera sea su posición política o estrato económico-social, pendiendo de un hilo. De allí que la preocupación fundamental de parte de las filas de la política, es saber si serán muchos o pocos los ciudadanos que van a concurrir el domingo próximo a votar, si lo hacen en blanco o si impugnan su papeleta. Temen que sea el prolegómeno de la elección de noviembre y que haya dos meses más de descrédito de la clase política en general y del Gobierno en particular. Se sabe que en las primarias se reduce la participación naturalmente, más en elecciones donde el dedo ha pesado demasiado (más en el caso del peronismo), pero esta vez todo indica que puede haber cierta resistencia en ir a votar.
Otra gran duda es el papel de los jóvenes, muchos de quienes le dieron el triunfo al oficialismo en 2019. Siempre se sostuvo que habían sido convenientemente adoctrinados en las escuelas, aún bajo el Gobierno de Juntos por el Cambio que aguantó todas las estocadas de los gremios pero que nunca se atrevió a meter mano ni allí ni en materia social por temor a la revuelta. Ahora, más allá de la explosión de la profesora que fue filmada por sus alumnos, esa tesis se relativiza bastante porque es notorio que hay gran decepción en la juventud, porque no encuentran trabajo y porque, como son pobres, no pueden seguir estudiando.
Para desesperación del oficialismo, que poco y nada ha hecho por ellos salvo entorpecerles más el futuro, las encuestas dicen que en esa franja etaria hay corrimiento a la derecha y sobre todo ánimo disruptivo, el mismo que parece que va a beneficiar al libertario Javier Milei en la Capital o quizás a la izquierda ruidosa. En esa misma línea, aunque son votantes de entre 30 y 40 años, hay quienes piensan en apoyar a Ricardo López Murphy dentro de la primaria de Cambiemos. Ambas apariciones conspiran contra María Eugenia Vidal quien, para hablar en el idioma de los jóvenes, tal como lo hizo Tolosa Paz con el sexo que sólo se disfruta si lo ejerce el peronismo, no tuvo mejor idea que enredarse con la marihuana y con la oportunidad de consumirla según el barrio dónde se viva.
Al marco de temas tan poco relevantes para superar la espantosa crisis que ha puesto a sociedad en un tobogán le faltó sin dudas en estos días la guitarra presidencial o al menos una mención a sus músicos favoritos. De esa manera, la trilogía setentosa de Ian Dury hubiese completado el escenario: sexo, drogas y rock and roll.
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