“Dar testimonio de vida”: homenaje a la escritora Tamara Kamenszain a un mes de su muerte
cultura
El Día del Lector, la Universidad Nacional de las Artes (UNA) realizó un homenaje virtual a la escritora Tamara Kamenszain, de cuya muerte se cumple hoy un mes. Como ella había previsto en los versos de El eco de mi madre (“porque si es cierto que la voz se escucha desde lejos / aunque nos tomen por locos tenemos que atrapar / en el espiritismo de esa garganta profunda / un idioma para hablar con los muertos”), los participantes del encuentro orillaron al interrogante que abre -para siempre- la muerte de un ser querido. Organizado por las escritoras y docentes Anahí Mallol y Marina Mariasch (compañeras de la autora en la cátedra de Poesía Argentina y Latinoamericana II de la licenciatura en Artes de la Escritura de la UNA) y por el profesor y ensayista Mario Cámara, el encuentro contó con la participación de escritores, profesores y amigos de Kamenszain, que leyeron poemas de la autora y textos escritos para la ocasión.
Entre otros, estuvieron presentes la escritora mexicana Margo Glantz (a quien está dedicado el último libro publicado por la autora, Chicas en tiempos suspendidos), y las escritoras Celeste Diéguez, María Sonia Cristoff, Gigliola Zecchin, Florencia Garramuño, Roberta Iannamico, Denise León y Alicia Genovese; la directora editorial de Eterna Cadencia, Leonora Djament, y escritores como Arturo Carrera, Sergio Chejfec, Juan Fernando García y Félix Bruzzone, entre muchos otros. También hablaron autoridades de la UNA, como el escritor Roque Larraquy (director de la carrera que Kamenszain impulsó en 2015), y Yamila Volnovich. “La carrera de Artes de la Escritura fue su último gran proyecto colectivo -dijo Volnovich, secretaria académica de la UNA-. Y tiene el sello de su nombre”.
De más está decir que la emoción fue la marca distintiva del homenaje que se puede ver en la página de Facebook de Crítica de Artes de la UNA. “Su oído atento a los más jóvenes, su mirada curiosa, su risa leve ante el ingenio, el destello de lo pensable, lo que se puede decir, lo que asoma entre líneas o contra lo fijado en un sentido -destacó Mallol sobre el legado de la poeta-. Ese ir hacia delante pero enhebrando lo anterior para relanzarlo, ese ensayo permanente en pensamiento y lenguaje como estado de interrogación y juventud, ese mantener viva la posibilidad de decir y de dar testimonio de vida”. Uno de los momentos más conmovedores fue cuando le tocó el turno al poeta Arturo Carrera, amigo de Kamenszain, que leyó un texto en el que reconstruyó los últimos intercambios con la escritora por WhatsApp. “Estoy enferma, esta semana voy a saber bien el diagnóstico, creo que es cáncer de pulmón, un desastre, después te cuento”, le había dicho Kamenszain a Carrera días antes de morir. “Coincidimos con Yves Bonnefoy en esta idea bienhechora: toda la poesía buscará siempre para captar mejor lo que ama, esa palabra que nombra y habla”, concluyó Carrera.
La actriz y directora Analía Couceyro, que trabaja en la adaptación cinematográfica de El libro de Tamar, el único de narrativa publicado por Kamenszain, en 2018, contó su relación con la escritora y el trabajo conjunto en el guion. “No puedo creer que no vaya a verla, yo a ella y ella a su película, y no sé cómo su película va a dialogar con su partida”, dijo, y reveló que Kamenszain quería escribir un ensayo sobre la cineasta belga Agnès Varda. Margo Glantz cerró el encuentro con un texto dedicado a su “extraterritorial y querida amiga”, a la que conoció durante la estada de Kamenszain y el escritor Héctor Libertella (su pareja) en México. “En su poesía y en sus ensayos destacan las figuras del hogar, están las nenas aferradas a un padre edípico, las divorciadas solas o los divorciados solos que deambulan solos por la casa aunque salgan a veces afuera y se conviertan en los cónyuges de las palabras, como Macedonio, como José Kozer, el esposo judío, o Perlongher, ‘el que ve travesti’. […] La casa, y con ella la muerte, es el tema más contundente de la poesía, mucho más que el amor”, dijo Glantz al final de su lectura y de dos horas de intensidad poética y afectiva.
A continuación, y por gentileza de los autores, compartimos dos textos leídos en el homenaje a Tamara Kamenszain: el del escritor Sergio Chejfec y el de la editora Leonora Djament.
Sergio Chejfec
Ahora que Tamara ha muerto uno piensa que el consuelo es que queda mucho para decir sobre ella. No es habitual que alguien se vaya tan rápido, en menos de cuatro días. Esa palabra, irse, me parece más apropiada que la palabra muerte. Una partida sin muchos prólogos ni preparativos. También, sin tiempo para despedidas. Una de las cosas que pensaba comentar con Tamara cuando la viera, era esa escena cercana al final de su Libros chiquitos, cuando la abuela -Tamara- inaugura una pedagogía con su nieto de año y medio, Manu. El libro que sirve de herramienta es gigante, pesa más que Manu y de lo que Tamara es capaz de levantar. Es un volumen ilustrado de juguetes artesanales mexicanos, que el matrimonio de exexiliados en México Kamenszain/Libertella había embalado hacia la Argentina un poco por la inercia de las mudanzas. El autor es Carlos Espejel y debo decir que, apenas leí esas pocas líneas dedicadas a la pedagogía de Manu por parte de Tamara, empecé a ansiar el momento de hojearlo, incluso comprarlo. Buscaba materializar una escena que no me pertenecía, pero que me había conmovido de un modo extraordinario. Allí la abuela se ofrece como mediadora entre las imágenes de los juguetes y las palabras. Cuando hojean las páginas, el nieto no acepta que Tamara pronuncie una frase distinta de la que ella, una primera vez, había señalado frente a alguna lámina. La infancia es dogmática, parece reconocer Tamara, y aún así es más porosa de lo que un adulto puede notar.
Esta escena de transmisión se resuelve cuando el niño descubre en la vida real la presencia de un objeto que hasta ese momento sólo conocía dentro del libro de Espejel. El mundo se ha abierto a la empiria, las palabras no siempre son necesarias. Entonces la confrontación ahora se produce entre dos objetos; Manu precisa comparar. Es en este momento en que Tamara, como escritora, considera concluida la anécdota.
Esta historia contada por Tamara resume un poco mi perspectiva. Ofrecía palabras para mediar, suspendidas entre el conocimiento y la pedagogía. Sin aspavientos, en voz baja y con paciencia. Así obtuvo la belleza y la inteligencia en lo escrito.
Esa presencia suspendida de Tamara, entre saber incorporado y pedagogíaoblicua, estuvo fundada, creo, en los últimosmovimientos de su forma de escribir. Tamara adoptó el ensayo, y el ensayo hospedó a Tamara. Se había quejado siempre de sentirse ajena al mundo de las narraciones, pero Mario Levrero, Mauro Libertella y otras lecturas le mostraron que se podía narrar con ideas subjetivizadas. Es entonces, sobre todo con El libro de Tamar y Libros chiquitos, que Tamara se abre a una forma de representar, pero sobre todo a una invención de lo vivido,según otra clave, tramada por lecturas de otres y una propia figuración de sí misma. El ensayo es asertivo de un modo distinto a como puede serlo el poema. Tamara se creó un estilo para sí misma. Estaba conmocionada por esa libertad que había encontrado, que le permitía tornar consistentes pensamientos, lecturas, y distintos niveles de experiencia. Se nota el goce de haber encontrado un propio estilo.
Una gran amiga de Tamara, Sylvia Molloy, supo encapsular ciertas escenas literarias en su capacidad de irradiación hacia el lector, pero también hacia la imagen simbólica del sujeto que cuenta. Me gustaría evocar algunos momentos de Libros chiquitos, ese pequeño libro ajustado a la extensión y tono que Tamara había descubierto para su nueva escritura, y una verdadera estela conceptual de El libro de Tamar.
(Escena Uno) Tamara joven, se le cae el grabador cuando Borges abre la puerta de su departamento de la calle Maipú; lo entrevistará sin poder grabarlo. (Escena Dos) Tamara, ya exiliada en México, trastabilla en el patio de la casa de Octavio Paz y caea metros de él, que la espera de pie en la puerta de su estudio. Frente a los dos comete el error de preguntar por Oliverio Girondo. (Escena Tres) Es la misma Tamara que guardó libros, clandestinos por unos u otros motivos, en el ropero de su abuela, que carecía de estantes; la Tamara que años después publicará su primer libro de ensayos –El texto silencioso- por voluntad de su pareja, Héctor Libertella, que los rescata de los lugares donde estaban guardados. Y Escena Cuatro, la que en la redacción de un diario pide a Rodolfo Alonso, jefe de sección, papel pautado para transcribir una entrevista que le hará a Juan L. Ortiz. Creía que ese papel era requisito de profesionalismo, pero al alejarse escucha a sus espaldas las carcajadas de los redactores. Como ven, Tamara advirtió que los hombres proyectaban su propia torpeza y la transfiguró en discreto pero firme estandarte.
Podría hacer más comentarios sobre Tamara. Para mí, siempre, un ser tan entrañable como inasible, también indescifrable. Nunca bajaba la guardia; quiero decir, siempre estaba alerta. Le gustaba replicar, pero también cambiar de tema. Le gustaban las anécdotas de amigues y conocides. Tenía una gran disposición indagativa, amaba los detalles. Creo que conservaba algo de ese espíritu de colectividad que se traduce en una fascinación por los avatares ajenos. Digo esto con conciencia y con admiración. Hablaba con ella y siempre había una parte de la conversación que me retrotaía a formas del decir y del contar de otro tiempo, de personas mayores provenientes de otras lenguas y continentes. El chisme. Y entre paréntesis, otra sustancia de ese mismo núcleo: la hospitalidad. Apenas abría la puerta de su casa, Tamara ofrecía comida.
En un punto, y creo que esto debería ser visto en relación con el particular tono murmuratorio y, digamos, tanguero, de su poesía, Tamara fue un carácter de Onetti. No una persona asimilable a alguno de sus personajes, sino alguien que supo que la trama de historias minuciosas, con su minucias incluidas, forman parte del coro en sordina de un colectivo alojado en el corazón, pese a las ausencias físicas; como en este caso la de Tamara.
Leonora Djament
Nada más fascinante que publicar lo que uno no sabe, la edición como forma de investigación, de desestabilización, puro trabajo sísmico. Y todavía más: publicar sin saber qué se está publicando… ¿y esto qué es? ¿Esto es ensayo, poesía, prosa? En ese sentido, leer y publicar a Tamara fue un ejercicio luminoso de ignorancia; y Tamara, una guía tan sensible como atrevida que nos empujó siempre un poco más allá. Porque Tamara misma trabajó desde el no saber, fue nuestra maestra ignorante, el psicoanalista que no sabe, en la búsqueda de lo singular. Así como cuenta que con Enrique Pezzoni aprendió a darle una vuelta de tuerca a su modo de leer, para volverlo más libre, más osado y, por supuesto, más placentero. Porque finalmente el ejercicio del no saber es la reivindicación de la libertad, o por lo menos, una salida diría Deleuze.
En algún intercambio de mails con Tamara, repasando de Lacan a Rancière, me dijo: “el “no saber” es una marca de las más productivas del siglo pasado que por suerte transmigró a éste”. “Transmigró”, dijo, como las almas… Y así, entre no saberes y una dosis de esoterismo que la divertía mucho, Tamara es quien nos leyó el futuro: leyó a las nuevas generaciones de poetas y surfeó el desconcierto que provoca lo nuevo, sin tenerle miedo a asuntos tan devaluados para la academia como lo banal, lo íntimo, la vida cotidiana, “lo que hay”. (Tamara no tenía miedo, porque se divertía.) Tamara lee a les jóvenes y nos cuenta cómo es el futuro: una poetisa que se vuelve pitonisa. (Parece que Jorge Panesi la llamó “pitonisa” cuando se la encontró en una feria del libro tratando de “adivinar” el deseo del otro en el texto que alguien le ofrecía a Tamara.)
(“Parece que” era uno de los modismos predilectos de Tamara: sin convencer –”porque las poetisas no quieren convencer a nadie”-; casi como una sugerencia que se desliza al pasar, Tamara te mandaba a guardar teorías raídas, lecturas maltrechas…)
Y así, el deseo, la vida y el juego fueron los antídotos que Tamara logró inocularse en algún momento contra el textualismo de su generación. “Despojarme de viejos pudores formalistas”, decía en La boca del testimonio. La literatura y la vida, como el título del libro de Deleuze, al que Tamara siempre volvía, “formas de volver a casa”. ¿Cómo articular literatura y vida?: “ese continuo que va de una forma de lenguaje a una forma de vida y viceversa”. Tamara nos mostró cómo salir del textualismo en el que se encerró su generación y en el que yo también había quedado atrapada. Ella siempre adivinaba cómo salir. Una salida.
Tamara reflexionó mucho sobre el estatuto del testigo: “el testigo ya no es el que sabe más que los demás sino el que necesita de los demás para saber de sí”. Tamara lee porque encuentra allí bordado en el reverso del poema la propia vida. “La poesía dice vida mientras esgrime una única prueba para dar su testimonio: la prueba del presente”.
Leer es aportar una prueba de vida de quien escribe, pero sobre todo de quien lee. Aportar una prueba de vida en la medida que la lectura dice presente, dice el presente, dice lo singular en el que se juega el deseo. Tamara fue nuestra testigo, en quien nos leímos para saber de nosotros. No sé qué vamos a hacer sin Tamara, pero sé que nos hizo más libres. O al menos, nos dejó una salida.
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